La muerte de Fernando VII y el conflicto dinástico: el inicio de la fractura moderna en España

La muerte de Fernando VII y el conflicto dinástico: el inicio de la fractura moderna en España

La muerte de Fernando VII en 1833 no solo marcó el fin de un reinado profundamente absolutista, sino que abrió una crisis dinástica y política que desgarró a España tanto ideológica como territorialmente.

Retrato con uniforme de capitán general, por Vicente López Portaña (c. 1814-1815).Museo del Prado (Madrid).

Su hija, Isabel II, fue proclamada reina con tan solo tres años de edad, bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón.

Pero su ascenso al trono fue inmediatamente cuestionado por una parte del país que apoyaba al hermano del difunto rey, Carlos María Isidro, quien alegaba tener el derecho legítimo de heredar la corona.

Este conflicto no fue meramente una disputa familiar por el trono, sino el reflejo de una España dividida en dos visiones irreconciliables del poder y de la nación. Por un lado, los isabelinos o cristinos defendían un modelo liberal y constitucional —aunque moderado y controlado desde el poder central—. Por otro lado, los carlistas representaban una España tradicional, rural y profundamente absolutista, vinculada a la Iglesia y al Antiguo Régimen.

La regencia de María Cristina y el estallido de la Primera Guerra Carlista

La regente María Cristina se vio obligada a buscar el apoyo de los liberales para sostener el trono de su hija frente a la amenaza carlista. Esta alianza, aunque necesaria, generó tensiones con los sectores más conservadores de la corte y del país. La consecuencia inmediata fue el estallido de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), un sangriento conflicto civil que enfrentó a los partidarios de Carlos María Isidro y los defensores de Isabel II.

El conflicto no solo fue militar: fue un choque ideológico profundo. En el norte de España —especialmente en Navarra, el País Vasco y Cataluña— el carlismo echó raíces firmes, aprovechando el descontento rural y la defensa foral. Mientras tanto, en las grandes ciudades y zonas más abiertas al comercio y las ideas ilustradas, como Madrid o Valencia, predominaba el apoyo a la causa liberal.

Una España dividida y desgastada

Esta división ideológica tuvo una clara dimensión territorial, dejando ver dos Españas distintas que aún hoy perviven en la memoria histórica. A nivel económico, la guerra fue devastadora: el Estado quedó exhausto, arruinado por los gastos militares, con una administración caótica y territorios enteros paralizados por los enfrentamientos. El ejército, que debía asegurar la estabilidad interna, se convirtió en un actor político más, interviniendo constantemente en el devenir del país.

Tensiones sociales y religiosas: la matanza de frailes en Madrid

La polarización llegó a extremos violentos. En 1834, en plena efervescencia de la guerra y en un ambiente de agitación anticlerical fomentado por sectores liberales radicales, tuvo lugar la matanza de frailes en Madrid. Decenas de religiosos fueron asesinados por turbas que los asociaban con el carlismo y el antiguo régimen. Este hecho reflejó la profunda fractura religiosa y social que acompañaba al conflicto dinástico, y alimentó aún más la resistencia carlista, que se presentaba como defensora de la fe y la tradición.

La Cuádruple Alianza: un conflicto que trasciende fronteras

Ante el riesgo de que el carlismo triunfara y reinstaurara el absolutismo en España, las potencias liberales europeas decidieron intervenir. En 1834 se firmó la Cuádruple Alianza entre España, Reino Unido, Francia y Portugal, en apoyo del trono de Isabel II y en defensa del liberalismo frente a las amenazas reaccionarias. Esta intervención internacional demuestra que el conflicto español no era solo nacional, sino parte de una lucha más amplia entre el viejo orden y las nuevas ideas liberales que recorrían Europa tras la Revolución Francesa.

El desgaste económico y militar

La guerra tuvo efectos devastadores:

Pérdidas humanas: Alrededor de 200.000 personas fallecieron entre combatientes y civiles

Coste económico: Se estima que el conflicto drenó más de 2.000 millones de reales de las arcas del Estado.

Deuda pública: El gobierno recurrió a préstamos y a la desamortización de Mendizábal (1836) para financiar la guerra.

Destrucción material: Infraestructuras, pueblos y cultivos quedaron arrasados en las regiones afectadas.

El fin del conflicto: Convenio de Vergara

El conflicto finalizó con el Convenio de Vergara en 1839, firmado entre el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto. Este acuerdo:

No resolvió las cuestiones ideológicas de fondo, permitiendo el resurgimiento de nuevas guerras carlistas más adelante.

Reconocía los grados militares de los oficiales carlistas que se unieran al ejército isabelino.

Prometía respetar los fueros vascos y navarros, aunque sin precisión.

El precio de una corona

El conflicto dinástico tras la muerte de Fernando VII no fue solo una guerra por el trono. Fue el inicio de una España moderna, nacida entre guerras civiles, fracturas ideológicas y profundos desequilibrios territoriales y económicos. La regencia de María Cristina, marcada por la guerra y la necesidad de alianzas con los liberales, sentó las bases de una monarquía constitucional que aún tardaría décadas en consolidarse. Mientras tanto, el carlismo no desapareció: sobrevivió como una herida abierta, dispuesto a reaparecer cada vez que la tradición se sintiera amenazada.

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Manuel L.

Descubriendo esa historia tan desconocida y de la que tanto se ha escrito